26/11/15

El panel de mis sueños VII

Vas a la tele y allí te visten a gusto de algunos diseñadores, con la ayuda de tus amigas. Y a mí, qué amigas van a ayudarme..., ah, Lola, ella sí que tiene buen gusto, claro que ella tiene poco tiempo entre el gimnasio, los masajes, el novio, el trabajo. Yo me ofrezco, dice Chari. Sé el estilo que te va a ti. Me mira de arriba abajo. ¿Quién te peina?, ¿eh? Te tengo cogida las medidas Antonia, créeme, te hago falta porque lo tuyo... y se deja caer en lo tuyo con en un poyete. Y cuánto me va a costar la ropa. Mujer que esa ropa la regalan los diseñadores. No has visto el programa. No, aunque te parezca mentira, no veo la Televisión. Me quedo dormida. No me gustan los programas, ni los concursos, ni las series..., pero qué sosa eres, hija. Así no te pones al día..., ya se te nota, ya. Pues, ya sabes, a partir de hoy, tienes que ver Divinity, me ordena. Pues, lo dicho, vas al programa y en unas horas sales siendo otra persona. Por un momento sonrío, me estoy viendo, pero el hechizo se rompe al darme un codazo. Espabila que estamos escribiendo al programa ya. No, si yo...,  ya, ahora, que te conozco. A ti te cambio yo como que me llamo Chari, de Alcorcón, Madrid. Me doy cuenta del lío en el que me he metido. Me entran ganas de darle un manotazo, cuando me coge por el codo con decisión, de alborotarle el pajar que tiene sobre la cabeza. Cuando estés lista y guapa, te voy a presentar a un amigo mío. Ese sí que es un elegante de la vida. En ese momento y por primera vez en la vida, decido mudarme de ciudad, bueno, de barrio.


Cuando era pequeña hacía lo que quería. Mi madre era tan buena, tan cariñosa. Por las calles de Zufre apenas pasaban coches, no había peligro. En realidad, no parecía haber peligro de ninguna clase en todo el pueblo. La gente andaba normal, sin preocuparse por ser atacada por un desalmado. Las puertas de las casas permanecían entreabiertas durante todo el día. Yo era feliz. Algunas noches me despierto gritando que no quiero estar aquí, no quiero estar aquí. Ya con la taza de café en la mano me pregunto, aquí, dónde. Dónde estoy. Por la ventana veo las fábricas, las fábricas que levantaron Huelva; las mismas que la hundieron, apuntillo. Ya no llevo coletas sino un moño en la nuca porque el tiempo pasa y el pelo me crece demasiado y se me enreda.

15/11/15

El panel de mis sueños VI


No me soporto en el espejo. Soy cabeza huevo llena pringue. Las cosas pegajosas me dan nauseas por eso no me gusta teñirme. Parezco una piedra pringada de chapapote, con permiso de la RAE. Me pongo enferma en la peluquería. A través del espejo veo  a la que está a mi lado. Con lo interesante que era cuando entró y ahora parece un pollo del súper. En la peluquería pasa como en un taller de coches. Llegas entera, te desarman y te vuelven a montar, te sacan brillo y pareces nueva. La otra de la esquina que casi no cabe en la silla lleva unos rulos huecos enormes bajo una redecilla. El otro ayudante le coloca el secador que tiene ruido de tractor y le da una revista casi sin mirarla. Tiene un mohín en la boca que quiere decir que la ha tomado por una vacaburra. ¡Qué indiferente es el mundo a los complejos! Ella levanta los ojos en diagonal y coge la revista pensando que creía que los gais eran más simpáticos.
Lo estoy dejando pasar porque me resulta muy duro aceptarlo, pero ha llegado la hora de hacerlo. Soy una vieja y estoy rechoncha. Lo sé porque me lo dijeron en la tienda de bisuterías. Hay que ver, con lo fácil que es despachar en una tienda y la de requisitos que establecen para el puesto. Primero me miraron varias veces de arriba abajo y de abajo arriba y luego me dice una con cara de gobernanta de hotel: Buscamos un perfil de dependientes concreto tal como dejamos establecido en la página de Infojob. Capaz, voluntarioso, ágil. Ya la está cagando la imbécil esta, pensé con ganas de decirle algo. Pero dije, yo vengo por el puesto de dependienta. En definitiva, dijo ignorando mi impertinencia, tienen que  conocer unas técnicas mínimas de venta para gestionar adecuadamente las objeciones del cliente y saber argumentar sobre los beneficios del producto. Así mismo, deben estar preparados para recibir objeciones, reclamaciones y devoluciones de producto por parte del comprador. Le digo, ¿Y si es una compradora? Y sigue ignorándome. Conocer las formas básicas de pago y el funcionamiento de los terminales de cobro. Aparte de eso, cuenta la estética personal, cierta actitud... Vamos, que no tengo ninguna posibilidad. No, lo cierto es que no, nuestra clientela es selecta, esto es bisutería cara, es para gente a la que les gusta ser recibida por alguien más joven con cierto estilismo en el vestir...
Dios, ¿esto es Huelva o me he cambiado de ciudad sin darme cuenta? Salgo deprimida sabiendo que mi puesto seguro en la residencia me libera de afrontar la búsqueda de empleo y a la vez me da otro tirón en la cuerda que me ata. En vez de irme al puente de hierro para tirarme al río sin compasión me voy caminando hasta el muelle, allí no me  verá nadie hablar con mi grabadora. Joder, qué manía con el estilo. Todo el mundo con el mismo tema. Yo creía que la ropa oscura daba un toque de seriedad y de madurez, nada más. Tengo que hablar con Chari.

Juicio a tu estilo, repito con voz atontada. ¿Qué le pasa a mi estilo? Es funcional. Sí, para estar viendo en la tele Perdidos. Anda ya, me dice arrastrando la a. No le digo que me ofende porque eso es lo que le gustaría a ella. La  miro de la cabeza a los pies y vuelta y pienso si no sería mejor ir al psicólogo. Si me visto como ella pareceremos dos cabareteras. Va con ropa chillona y aun así tiene un aspecto triste. Me la imagino andando por un callejón. CONTINUARÁ  

11/11/15

El panel de mis sueños V


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Al cambiar los muebles de sitio ella cambiaba de mundo. Se sentía renovada después de esos paseos de un mueble a otro, del desván al dormitorio y del dormitorio al cuarto oscuro. Sin darse cuenta, había ido clasificando las estancias por nombres extraños, que no se correspondían con ellas ni con su contenido. El cuarto oscuro, era una habitación, que fue de mi hermana muerta, con mucha claridad. Tenía una gran ventana que daba al patio trasero, donde solo jugaba yo. El desván era un arpende al fondo del patio que debería usarse para tomar el sol en la hamaca, pero que se había vuelto tan salvaje como el otro patio salvaje. Una jungla. Las plantas se habían desbordado de sus tiestos inundando el suelo y las enredaderas sobresalían de los techos buscando el cielo o alguien que las quisiera. Mi madre cuando era feliz iba a cortarse el pelo. El pelo de mi madre se asemejaba a ese desorden natural de las plantas del patio de mi casa. En su cabeza anidaban jilgueros sobre nidos de pasto que terminaron por poblar todos los rincones de su cerebro. Cada seis meses cambiaba la ropa de lugar. Tardaba varios días en hacerlo y era extraño ver ese tránsito de ropas por la casa. Colchas, sábanas, vestidos, toallas. Un arsenal del pasado que removía con cuidado tal vez por sentir que no todo estaba tan muerto en el presente como parecía.
Así está mejor. Me queda mucho espacio para nuevos folletos. El panel lo tengo en la pared, frente al escritorio. Aquí me siento a gusto pasando mi monólogo al papel. Lo hago cada día para que no se me acumule el trabajo. Esta mesa mantiene mi espíritu de escritora de novelas románticas. Pesa demasiado este deseo que tengo desde niña porque, aunque sé que puedo hacerlo, la mirada de mi madre me hace sentir vergüenza. Ya la he empezado. No lo sabe nadie. Es un secreto. La escribo en un cuaderno que compré por internet. Aún no he pasado de diez páginas. Tengo decidido darle un empujón estas vacaciones. El verano pasado no las cogí. Hice una sustitución. Tenía cuatro recibos de contribución acumulados. Me sentí más tranquila cuando los pagué. Ya no dejaré que eso me pase más. El pago al contado. Como no pude ir a Galicia, que es donde pensaba ir, me di un capricho. Me compré esta grabadora que vi en Carrefour. Estoy contenta, me hace mucha compañía. Antes de acostarme cada noche, me siento aquí, enciendo la grabadora y me pongo a escribir. Mi madre estará removiéndose en su tumba pensando: la madre que la parió. Ahora que caigo, tengo que tirar sus cenizas. Me dijo que las repartiera entre las macetas, pero las macetas se han secado la mayoría. Hay una a la que le cuesta trabajo morirse y entre tanta ramas secas ha subido una tímida vara verde que asciende sola practicando el camuflaje, un telescopio. De todas formas, me da un poco de asco verter cenizas. Vaya empeño el de mi madre. Fue lo más ocurrente que me dijo, desde luego. A decir verdad, lo único que dijo en el último medio año que vivió, ya con los pájaros en la cabeza. Después de eso, solo hacía gorgoritos, relinchos y otros sonidos de la madre naturaleza usurpadora del territorio de su pragmático pensamiento. ¡Quién se lo iba a decir! Ya ves madre, de poco valen las matemáticas, el raciocinio y la frialdad. La desesperación lo destruye todo. Convierte en escombros tu vida mezclando los números con las siglas; las calles con los ríos, el dolor con la risa. Ya ves madre, el amor es un vacío al que te lanzaste sin pensar. Supongo que tendré que tirar las cenizas. Debería decir verter las cenizas o depositar las cenizas. Me estoy embruteciendo. Si, las echaré sobre el arriate. Tal vez me deje tranquila si lo hago. Las carreras hay que ejercerlas si no se olvida todo lo que has aprendido y te quedas pelada como al principio.
Qué mala cara tengo. Voy a cortarme el pelo. Son las doce, me da tiempo. No sé que corte me quedará bien. Dame una revista Chari de pelo corto, semi corto o medio corto. Es que algunas veces no sé, me invento los términos cuando no tengo ni idea de cómo se llama algo. Es que no lo quiero ni muy corto ni muy largo. Me ocurre con frecuencia que no encuentro el nombre de las cosas, es, sobre todo, porque no salgo y pierdo actualización de datos. La Chari me entiende, aunque me mire con cara de puerta, sin expresión, como si lo que yo le digo no le supiera a nada, como si no hubiera dicho nada en realidad. Me mira como si mirara al vacío, me doy cuenta porque yo también la miro y la veo hueca. Me dice, mientras ahueca el pelo negro retinto de una clienta que no conozco, que me pega un corte medio, corto, con o sin flequillo entre otros porque a una cara ovalada le pega casi todo. ¡Coño! Lo de medio ya lo he dicho yo, no estaba tan despistada. Y con lo de cara ovalada, a mí no me engaña. Soy cara huevo, lo sé porque se lo escuché a ella misma la última vez que me pelé. De eso hace ya nueve meses. Esperó a que saliera por la puerta para decírselo a su ayudante. "Le haga lo que le haga no se le borra esa carahuevo que tiene". Joder que una no es de piedra. Después, me miré en el espejo de entrada de mi casa y pegué un respingo al verme. Me situé frente a mí con valor e hice autocrítica. No encontré motivos para tanto alboroto. Soy una mujer normal, algo redonda nada más. Es que soy piscis. Me di cuenta de que era el vestido marrón y los zapatos blanco roto los que que me afeaban. En ese momento dudé de mis gustos. Llevaba los colores de los que han desistido de todo y ya no esperan nada de la vida. El ropero me lo confirmó. Un montón de perchas de colores muertos: Siena, pátina, terracota, chocolate, canela, beige. Un vestuario muy acogedor si fuera unas cortinas. Marrón, sólido y espeso como un tronco gordo plantado en ninguna parte. Canelo, castaño, café. Mezcla de rojo y verde o de amarillo y violeta, (que contiene rojo) dan marrón. En el marrón se hunden los colores. ¡Cómete el marrón! Así cuando me ven llegar en la tienda, en la farmacia o en el dentista me hablan dando por supuesto que soy una antipática amargada o viuda frustrada.
Lo suyo es es un corte recto dejándolo por encima de los hombros unos 13 centímetros. Puedo moldearlos un poco para darte un poco de volumen. El pelo lacio ya se sabe que es muy soso sin moldear. Deberíamos darle un tono cobrizo que generalice tu color y así borramos la raya central canosa y ese color deslucido..., me dice del tirón, como quien no quiere la cosa, mientras yo observo su cabeza, que parece una alpaca de paja esparcida en una parcela con un nido de cigüeñas en el centro, y muevo la mía en un gesto afirmativo una y otra vez con los labios fruncidos. Si, estupendo hazme todo eso, que me da vergüenza preguntarte cuanto me va a costar la restauración. Dicen que es una bicha que no tiene pelos en la lengua. Claro, los tiene todos en ese cabezón que es la cima de su body, como llama ella a su cuerpo. Una antorcha olímpica, eso es. CONTINUARÁ

7/11/15

El panel de mis sueños IV


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Ya está aquí el fin de semana, el deseado y temido fin de semana. Jo, no puedo ni agacharme con este dolor de costado. Ya podrían cambiar las camas de hierro por alguna más ligera. Moverlas con los ancianos encima, te rompe. Tanto hierro. Siempre he creído que los cabeceros de las camas no sirven para nada. Ahí se ve también a la clase a la que perteneces. Mejor no sigo que se me acumula el trabajo. Me daré un baño con esas sales que me he comprado en el Mercadona, pondré un poco de orden en el salón y dedicaré la tarde a ver películas. Me encantaría ir al cine. Están poniendo “El diario de Noha”, pero me da pereza coger el autobús hasta el centro. Veré “La mancha humana” en casa. Cuanto más la veo más me gusta. Ah, se han caído Las Galápagos del panel. He hecho bien comprando este más grande. Lo cambiaré sobre la marcha. No me gusta ver mis paraísos agolpados. Qué placer mirarlos. Se ve bien desde todos los ángulos del salón; todos esos lugares invitándome a visitarlos cada día. Los miro con la convicción de que, si no dejo de hacerlo, algún día se hará realidad mi sueño de viajar más allá del cruce. Recorreré las playas del mundo, los acantilados, los faros. Lugares lejanos y dispares. Los fiordos noruego, la Costa da Morte, Túnez y Long Island, no importa el orden. Solo quiero ir a todas las playas del mundo. No tardaré mucho en hacer el primero y no sé por cuál decidirme. Son tan hermosos todos, cada uno con sus detalles, pero todos con un color y unos olores especiales. Estoy metiendo dinero en un cochino de barro que compré en el chino y no lo sacaré por nada del mundo. Ese dinero es intocable. Tomaré sopa de Tetra Brik hasta que haya ahorrado lo suficiente. Las hay de pollo, de ternera y de verduras. Son muchas cosas las que se necesitan para viajar. No solo es el billete y el hotel, me tendré que comprar algo de ropa y tendré que llevar calderilla para algún souvenir.
Me he quedado sin chincheta para esta vista de la Bahía de la Concha. Me la bajé de internet. Bueno, lo clavo con el tríptico de Bocas del Toro. Cabañas sobre las aguas cristalinas. Parece que por ahí no pasa el tiempo. La orilla es blanca esmeralda. Se respira paz en esta foto. Qué exótico. Me gusta pasar la mano suavemente por el panel. Cierro los ojos y me da la sensación de que todo es más fácil de lo que parece. Es como acariciar abanicos en un stand de la feria de muestras. Escalones de sueños. Este es mi mejor sueño. El que tuve una vez de pequeña, no sé por qué. Cuando se lo conté a mi madre, me contestó que era una soñadora y que así no llegaría muy lejos. Durante muchos años he guardado ese recuerdo porque la expresión de la cara de mi madre con ese sesgo irónico y de casi desprecio me paralizó y no supe cómo seguir. Guardé mi cuaderno en una caja de lata y lo metí en el baúl del doblado. Tenía un tesoro, lo sabía, que terminó extraviándose entre las tantas mudanzas que mi madre hizo dentro de la casa. Yo quería comprenderla... 

CONTINUARÁ

El panel de mis sueños III


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Lola tiene mucha paciencia conmigo, pienso al coger la bolsa de patatas del Día; que no se me olvide un estuche de pimentada. Cada día economizo más tiempo de las comidas. Casi todo lo que compro es envasado. Dicen que los envasados en plástico y las conservas en latas tienen productos nocivos para la salud, pero yo me quito hora y media de trabajo, contando con que luego no tengo que fregar los platos. Cojo un paquete de dulces rellenos de chocolate que a Lola le encanta. Claro, ella no tiene problemas de celulitis porque lo quema todo haciendo pilates, senderismo y natación. Qué me querrá contar. Qué intriga. Ella siempre da la impresión de que va a contarte muchas cosas y luego me quedo diciendo y..., ¿...eso es todo? Me voy que tengo el tiempo justo. La cajera me pregunta si llevo cupones. No hija, no llevo. ¿Cómo está tu madre? Mi madre murió, guapa. O sea, que está mejor que yo. Esto lo pienso, no se lo digo. Podría pensar esa chica, que no sé de qué conoce a mi madre, que me alegra que mi madre haya muerto, y tampoco es eso.

¡Qué cuerpazo! El vestido hace mucho desde luego. Viene embutida y con manga sisa. ¡Qué envidia! Envidia sana, se entiende. Ella entera es así. Buena por dentro y buena por fuera. Si yo me pusiera ese vestido parecería un morcón. Cariño, dame un abrazo, dice con sus largos dedos sobre mis hombros. Tenía que haberme quitado la bata. Bueno, no pasa nada, ella me conoce y tampoco estoy tan mal para estar en casa. Cuéntame, anda, me muero de ganas de escucharte. Si no te gusta el café lo hago nuevo. Lo hago nuevo. A mí no me disgusta el café recalentado.
He conocido a alguien, dice. Ya estamos, pienso yo con cara de zorra. Mira nos hicimos esta foto tan propia, me refriega por la cara. Pero yo a lo mío. Me gustaría bañarme en esta playa junto a las rocas. Es preciosa la foto Lola, le digo conteniendo la pena.
¡No me digas que no es guapo! ¿Quién? Pero si es Bruce Willis, grito sorprendida. Y esta vez va en serio, dice convencida. No tengo palabras, le digo. Y es verdad, cuando hablamos de hombres, me quedo sin palabras, no sé qué decir. ¿Qué se dice en estos casos? ¿Pero Lola cuando has tomado tú en serio a los hombres? No, eso no. ¿Cómo se llama? Oh, me lo has quitado de la punta de la lengua. Jorge, se llama Jorge y no veas como besa. Mi respiración va ya desbocada, no puedo, no puedo con esto.
¿Te ocurre algo amiga?, me pregunta con cara de preocupación.¿A mí?, nada. Menos mal que no hemos llegado a hablar de sexo. Mi corazón vuelve a colocarse en las sesenta pulsaciones. ¿Me has traído los folletos? Si tonta y te he traído un regalo. Mientras abre el bolso, le echo una mirada de soslayo a la foto. Es Bruce con unos cuantos pelos más. Esta noche ponen La jungla 4 en la sexta. ¿Te gusta? Me encantan estos folletos, ahí me has dado, contesto tartamudeando. Estos no los tengo. Digo, la pulsera, dice ella soltándome un codazo. Oh, me encantan las pulseras. Gracias Lola. Qué buena eres y, ¿cómo te ha sentado el viaje?, me intereso con los ojos pegados en la foto del acantilado de Bayona. ¿Te has hecho algo en la cara? Ya sabes, un limpiador, el tónico y a salir. Si, yo soy muy sencilla y tú lo sabes. Claro que lo sé. Y entonces, yo qué soy, me pregunto mirando mi imagen borrosa en el cristal de la ventana. Yo soy un jeroglífico.
Y ahora, deja que te cuente. No puedes irte del trabajo. Van a destituir a la directora; van a poner en su lugar a Javier... El hijo del farmacéutico. Ya lo sabemos que tiene que ser el hijo de alguien. No vayas a decir nada que te conozco. Me conoce dice. Yo no iba a decir nada. Bueno, lo de destituir me suena a saga de reyes. Oye, es un tío genial, ya verás, y dicen que..., y lo sé por una buena amiga, que va a cambiar todo. Uf, ¿todo? Vamos que quiere dirigir el centro de verdad pensando en el bienestar de los residentes. Qué alivio. Estas palabritas de esperanza que me da Lola me dejan triste, no sé por qué será. El folleto de las islas Cíes se me cae de las manos y lo miro de lejos. Qué rompientes tan bonitos, qué rocas. El agua es tan clara que se ven los pececillos y las algas mecerse suavemente. Ella sigue hablando de Bruce casi sin mirarme y me levanto y pincho el folleto con una chincheta en mi panel de los sueños. Me doy cuenta de que la grabadora se ha apagado. Voy a la cocina. Este hombre me ha cambiado la vida. Es tan atento, tan cariñoso, dice alzando la voz. Como me lo va a contar más veces, me centro en poner la batería. Está Parpadeando el pilotito. No sabes lo que me alegra escuchar eso, murmuro. Por cierto, tengo que irme, me encantaría quedarme pero, ya sabes, los hombres son como son. Quiere darme un masaje. ¿Te he dicho que es dueño de un body gym? Yo no me fiaría de un hombre que te espera para darte un masaje. ¿Qué dices? No, nada, que parece ideal. Bueno, lo siento amiga. Mañana no vemos. No quiero hacerle esperar, ya sabes como son los hombres. Yo sé que mañana no nos veremos, ni pasado. No nos veremos hasta que se separe de Bruce; se contentará con contarme su aventura por teléfono, pero le digo que se cuide. No sé qué decirle que no parezca un boicot a su relación, a su felicidad. Te quiero guapa. Y quítate esa bata, te hace más gorda. Me encojo como un cefalópodo y le digo más que tensa. Sabes, tengo una nueva vecina. Es muy jovencita. Creo que vive sola..., inútil, ya se ha ido hace rato. Lola mira su reloj. Mañana me lo cuentas nena y alegra esa cara. En unos días tendrás un nuevo jefe y se acabarán tus problemas con Ana. La despido en la puerta y le doy al play de mi grabadora. Escucho. ¡Qué cuerpazo! Y lo dejo correr mientras recojo las tazas y los dulces. Los dos pastelitos que faltan me los he comido yo. Los hombres son como son. Ya sabes como son los hombres..., ¿cómo son los hombres?
Para ella es fácil. Es lista y la suerte acompaña a las listas. Me tumbo en la cama y miro el libro “Tierras de penumbra”. Qué triste. La entrevista de trabajo es el lunes. Espero no ponerme nerviosa. Debo tener confianza. Saldrá bien. Tendría que haber ido a la peluquería. Todo este pelo tan largo y soso. Bueno, me pintaré los labios. El rojo vivo me sienta bien. Demasiado vivo. Tan pálida y con el pelo recogido parezco una viuda. Qué exagerada.
Una joven viuda suena mejor. ¿O una viuda joven? Debe ser lo mismo; el orden de los factores no altera el producto.



3/11/15

El panel de mis sueños II

 Aquí deberían morir los ancianos. Este debería ser el lugar de encuentro de los que van a morir y no tienen sitio porque no tuvieron oportunidad o porque las desecharon, los que se quedaron solos y los que abandonaron a mitad del camino, los que se perdieron o los desorientó la duda y el miedo, los que olvidaron que eran personas, los que pensaron que la vida no estaba dispuesta a darles un margen a su libertad; los desertores de la vida podrían encontrar aquí el paraíso soñado, la imagen perfecta para morir felices a pesar de todo. Los oigo reír a carcajadas, con esa risa con la que nacen y que les quitan poquito a poco o de un manotazo.
¡Ea! Ya me fui otra vez. Vaya, cada vez que llego a Zihuatanejo monto una residencia. ¡Qué susto me has dado! ¡Ay!, disculpa, dime. Si, tenía que ir al lavabo. Ya voy. La limpiadora me pregunta que con quien hablo. Si ella supiera. Yo no le contesto porque sé que no le importa, ella pregunta y se va, nunca espera la respuesta.
Cualquier día me cogen con la grabadora en las manos. Si, algún día yo también iré a Zihuatanejo y como Andy Dufresne, sentiré que he llegado a algún sitio después de haber cumplido solo parte de una cadena perpetua.

Jofefa relata con todo, se queja siempre; ahí viene con el plato en las manos. Dice que no se come esa basura, que tiene veneno, habla tú con ella que a ti te entiende ella mejor que a mí, dice Rosa con esa voz de gallo pasando de largo. Fefa solo necesita que la escuchen, contesto con mi voz aguardientosa que abarca todo el pasillo. Soy muy paciente. Cuando la escucho llorar o más bien gemir como una niña pequeña, me pongo fatal aunque sonrío. Anda Jofefa, no llores que yo te quiero mucho, le digo. Dejo de soñar y me voy a consolarla. Vete tú Rosa, yo la ayudo. No te preocupes, digo para mis adentros.  Tengo que calmarla para que no sufra y no sufrir yo. El llanto me taladra el alma. No puedo soportarlo. Es tanto que, durante los últimos diez años, no he dejado de pensar en eso. Es como si me recordara  algo tan lejano que no estuviera en mí. Una voz, una tristeza por un llanto que no he llorado, pero que me angustia como si realmente lo hubiera hecho. ¿Algo llegó asustarme tanto alguna vez que lloré así? Entonces lo recordaría. Nunca he querido preguntar a mis padres si lloraba de pequeña. Tal vez algún extraño temor me embarga, no sé. Anda Jofefa, ven. Te cambiaré el plato pero no se lo digas a nadie, le digo rodeándola por los hombros. Mi hija ya no tardará mucho, ¿verdad?, me pregunta. Ahora me toca mentir pero prefiero cambiar de tema. ¿Sabes que mañana viene una compañera nueva estupenda? A las once iremos a la puerta a recibirla, le contesto. Como si eso fuera posible. Pero vamos a ver..., esta vez si la voy a llevar a ver qué pasa. Te lo prometo, le digo, la vamos a esperar en el porche, añado para entusiasmarla. Anda, no dejes la cuchara a medio camino Fefita, come, ¿no te gusta el flan?
Y así un día y otro. Con todo recogido y oliendo a pollo vamos al despacho de la jefa. Informamos de los incidentes. En esta sala me ahogo. Su discursito de aliento y de recordatorio de nuestra importancia en la vida de los mayores me oprime. Qué sabrá ella de opresión y de viejos. Quiero seguir en la silla, sentirme parte del equipo, y no del mobiliario, es importante y necesario para el buen funcionamiento, pero tengo un folleto del Caribe que me quema en el bolsillo. Si jefa, le digo, pero esa voz que me habla desde otro lugar se impone, me arrastra y no sé cómo desconectarla y, encima, tiene razón. “Ahí fuera hay algo que te está esperando, que tal vez no sea nada, o quizás sí y si no lo pruebas nunca sabrás si ganas o pierdes” Menudo gancho.
Mañana, dice la jefa, llega una anciana de Fuenteheridos. La tienes asignada tú. ¿Tú soy yo? Si, tú, no te quejarás. Tienes el pabellón medio vacío. Pero, vamos a ver, ¿no llegaba el viernes junto con otros restos de un asilo que han cerrado en Niebla? Ni caso. Ah, que el familiar de la víctima, perdón, de la usuaria, no podrá estar en la mudanza y quiere asistir... Y quiere asistir, pienso, no sé por qué, en un parto sin dolor. Bueno qué más da una más que menos.                                 

Lo que me impresiona son las llegadas. Sacar a una anciana de una furgoneta con el bolso en una  mano y el pañuelo de los mocos en la otra. Cuando se baja vuelve la cabeza y mira el asiento y en el asiento no hay nada. Cuando cruza la puerta de entrada el vacío se apodera del camino y aquí nos encargamos de meterle información nueva en el cerebro. Esta es tu nueva vida, lo demás no importa. Vas a estar muy bien con nosotros. Conocerás a otras mujeres y hombres en este matadero. ¿Me oyes?, la jefa le pone un tono especial a esta especie de pregunta. Claro, mi vida está medio vacía. Será un alivio que me la llenes. Si no estás contenta con tu trabajo, puedes buscarte otro. Sí, estoy en ello perra. Lo de perra lo digo para adentro. Por qué lo llamaran residencia cuando deberían llamarla casquería. Se acabó la reunión, no sin antes dar la charlita de motivación. Apago la grabadora para no tener que transcribir tanta basura. Continuará.Licencia Creative Commons

1/11/15

El panel de mis sueños I




Lola, no me vengas con eso. Estoy harta de este trabajo y ya he tomado una decisión. No intentes convencerme. ¿Crees que a estas alturas voy a volverme atrás? Ni lo sueñes. Si no doy el paso ahora no lo daré nunca. Y, además, mañana tengo una entrevista en una tienda de bisuterías de la calle Concepción. No me importa perder mis derechos; si me contratan, me voy. Claro que me da pena dejarlos. Son ellos los que me han retenido tanto tiempo. Si fuera por lo que gano, ya lo habría dejado hace mucho tiempo. Este lugar es como mi pueblo, como mi país, como el mundo. Hay una jerarquía: los que mandan y los demás. Y este antro no está tan mal. Ve a otros y te enterarás, ya lo sé. Si, me da pena dejar el trabajo, pero necesito ganar más. Pues sí, a lo mejor cambiar de aires unos días, me sentaría bien. Por supuesto. Si, airearme un poco. Mi vida está hecha una mierda. No vivo más que para trabajar. No tengo tiempo para otra cosa. Unas horas muertas a la semana para darle vueltas al asunto, para acabar sobando la historia personal de esta gente que duerme, se levanta, caga, mea y come; que se mueven como el musgo, arrastrándose para no hacer ruido, para no molestar, para no enturbiar sus pensamientos y para no llamar la atención de la muerte. Y no puedes hacer nada, Lola, eso es lo peor. Los limpias, los peinas, y les mientes jugando al parchís por las tardes mientras los observas a hurtadillas fijándote bien en los pliegues de sus caras, en la rigidez de sus brazos y sus manos sin articulaciones, sus ojos encogidos y acuosos de tanto ver. Y te vas a casa con un gusto amargo en la boca, unas veces, y otras enfurecida con el sistema. Tengo que esforzarme más, pienso. Paso demasiado tiempo con esta gente en este corredor de la muerte. Pienso en sacarlos a pasear, en leerles cosas interesantes y, entonces, ¡ioioio!, salta la alarma. El sistema no permite fisuras. El sistema dice que ellos ya con la edad que tienen no se enteran de nada y, además, ¿para qué va a servirles eso a estas alturas? Y yo voy y vengo del trabajo a casa y de casa al trabajo casi sin ver la calle, me voy inmunizando contra el dolor y el mecanismo sigue parado, quieto sin que nadie lo empuje. Supongo que cuando vas a morir ya nada importa, sin embargo, yo también me voy a morir, como tú y como Jofefa y a mí sí me importa todo. ¡Qué quieres que te diga! Vivir es como tejer. No se teje sin más, se teje un jersey, una bufanda o unas calcetas. No te pones a tejer sin límite; en algún momento tienes que acabar la faena. En la vida hay que concluir, si no con algo heroico, al menos con alguna tarea bien acabada. Tengo la impresión de que si me muriera ahora, dejaría el mundo torcido, cojo y estaría muerta media hacer. Vamos que moriría media yo. No, la vida hay que acabarla como dios manda. Con una carta dirigida a alguien que te importa, con un beso a quien amas, con una sonrisa en una partida de damas ganada con solvencia. Tienes que irte de este mundo con una última buena sensación, que luego morirá contigo, para irte completa. Y luego la culpa. Esa cosa que te agarra por donde dijimos y te hace bailar al antojo del que más tranquilo duerme. Tú ya sabes quién es. Lo tengo decidido Lola ¡Me voy antes de consumirme! ¿Cómo que no puedo irme? Uhm…, dale. Vale, pues me lo cuentas esta tarde. Te espero después de comer. Me dan miedo tus ideas. Te dejo que me están llamando. Se acerca la merienda. Venga, guapa. Un beso chula. Te quiero. No mujer, hoy no. ¿Dónde voy a irme yo así, de pronto? Pero que me voy, es un hecho. Dos ingresos nuevos mañana y no sabemos en qué condiciones vendrán. Vamos que el único respiro que tengo me lo acaban de joder. Luego hablamos. Chao, chao. ¿Dónde voy a ir yo? Vaya preguntita. Podría irme donde yo quisiera, digo. Pues mira, creo que no estaría mal irse a algún sitio de playa. Esta idea no es nueva. Hace tiempo que ando dándole vueltas. Me gusta Zihuatanejo. Zihuatanejo, suena como si estuviera en otro mundo, más bien, en otro planeta, otra galaxia. Zi-hua-ta-ne-jo. Así, silabeando, parece más lejos aún. Allí sobre aquella arena blanca de paraíso podría tumbarme y ser otra mujer nada que ver con la que soy, tan triste, tan sórdida como mi gato y mi piso. La cara se me mudaría completamente, se me pondría radiante, más viva, más alegre. Los ojos me brillarían y podría mirar a los ojos de alguien, no tendría que apartar la mirada. Mi boca expresaría mi bienestar con una amplia sonrisa, la que siempre me hubiera gustado tener, que provocara en la gente deseos de hablar conmigo, y no tener que estar callada tanto tiempo. Me quedaría más delgada, por supuesto, porque habría perdido el ansia de comer dulces en todas sus variedades y pediría en el restaurante ensalada mixta y cosas ligeras que olieran a buena cocina, a manos cariñosas haciéndote la cena y no tener que comer cualquier cosa con prisa. No, no me sentiría sola porque en Zihuatanejo hay gente que va a los restaurantes y que come cangrejos y también otros manjares que no hay por aquí. El tiempo es hermoso allí con un sol brillante sobre el azul del mar. La arena es tan fina como perlas ínfimas que te acarician la piel. Me tiraré en la arena y rodaré para cubrirme entera y luego me hundiré en el agua cristalina para refrescarme deslizándome como una sirena. El roce fresco del agua haciéndome sentir más viva... Al salir del agua caminaré por la orilla y me fijaré en los hombres que pasen cerca, tal vez alguno quiera conocerme porque seré más guapa, irradiaré con la luz del mediodía y por las noches tendré una chispa en la mirada que no se podrá esquivar. En Zihuatanejo seré feliz y no tendré que entrar y salir de un piso húmedo porque mi casa mirará al mar y a las estrellas. Qué calidez, qué sencillo todo. Me pondré un vestido de mangas cortas con florecitas blancas pequeñas sobre fondo verde cayendo hacia las rodillas en capa. Sandalias blancas de piel suave y una pamela ligera que mueva el viento. Recorreré el mercadillo de antigüedades para ver alfombras, souvenires marinos como las estrellas, los corales,  snail shells, anillos de plata de Taxco y objetos laqueados de Olinalá y cerámicas y pinturas sobre corteza de papel de los Valles de Oaxaca. Me parece escuchar Fígaro mientras toco aquí y allá los objetos sintiendo su forma, su textura y los colores, atrayendo recuerdos que no son míos pero que me vienen con su fisonomía y su olor. La tarde es calurosa y húmeda. Tomaré una cerveza sentada en la terraza de un bar sin pensar en nada, sintiéndome dueña de mi tiempo y de mi soledad y de todo lo que alcanza mi vista.
La cabaña del pescador, hecha de bajareque, es preciosa. Él, cuando no pesca, está sentado en la puerta y vende sus pulpos curados al sol y el salitre de la brisa; es buen hablador. Me gusta escuchar sus historias, esas historias de las que no sé muy bien si son de verdad o se han formado en su cabeza con los años y con el calor y la plenitud de su interior. Cuántos personajes han visitado su vida. Yo le escucharía cada tarde encantada. Nunca me han contado cuentos ni historias fantásticas. Ya oscurecido paseo hasta el malecón entre los árboles, hasta el muelle de pesca. Me siento ligera. Podría morir aquí mismo con la certeza de haber vivido. La noche está hecha con un haz de luna blanca. Continuará.