26/11/15

El panel de mis sueños VII

Vas a la tele y allí te visten a gusto de algunos diseñadores, con la ayuda de tus amigas. Y a mí, qué amigas van a ayudarme..., ah, Lola, ella sí que tiene buen gusto, claro que ella tiene poco tiempo entre el gimnasio, los masajes, el novio, el trabajo. Yo me ofrezco, dice Chari. Sé el estilo que te va a ti. Me mira de arriba abajo. ¿Quién te peina?, ¿eh? Te tengo cogida las medidas Antonia, créeme, te hago falta porque lo tuyo... y se deja caer en lo tuyo con en un poyete. Y cuánto me va a costar la ropa. Mujer que esa ropa la regalan los diseñadores. No has visto el programa. No, aunque te parezca mentira, no veo la Televisión. Me quedo dormida. No me gustan los programas, ni los concursos, ni las series..., pero qué sosa eres, hija. Así no te pones al día..., ya se te nota, ya. Pues, ya sabes, a partir de hoy, tienes que ver Divinity, me ordena. Pues, lo dicho, vas al programa y en unas horas sales siendo otra persona. Por un momento sonrío, me estoy viendo, pero el hechizo se rompe al darme un codazo. Espabila que estamos escribiendo al programa ya. No, si yo...,  ya, ahora, que te conozco. A ti te cambio yo como que me llamo Chari, de Alcorcón, Madrid. Me doy cuenta del lío en el que me he metido. Me entran ganas de darle un manotazo, cuando me coge por el codo con decisión, de alborotarle el pajar que tiene sobre la cabeza. Cuando estés lista y guapa, te voy a presentar a un amigo mío. Ese sí que es un elegante de la vida. En ese momento y por primera vez en la vida, decido mudarme de ciudad, bueno, de barrio.


Cuando era pequeña hacía lo que quería. Mi madre era tan buena, tan cariñosa. Por las calles de Zufre apenas pasaban coches, no había peligro. En realidad, no parecía haber peligro de ninguna clase en todo el pueblo. La gente andaba normal, sin preocuparse por ser atacada por un desalmado. Las puertas de las casas permanecían entreabiertas durante todo el día. Yo era feliz. Algunas noches me despierto gritando que no quiero estar aquí, no quiero estar aquí. Ya con la taza de café en la mano me pregunto, aquí, dónde. Dónde estoy. Por la ventana veo las fábricas, las fábricas que levantaron Huelva; las mismas que la hundieron, apuntillo. Ya no llevo coletas sino un moño en la nuca porque el tiempo pasa y el pelo me crece demasiado y se me enreda.