1/11/15

El panel de mis sueños I




Lola, no me vengas con eso. Estoy harta de este trabajo y ya he tomado una decisión. No intentes convencerme. ¿Crees que a estas alturas voy a volverme atrás? Ni lo sueñes. Si no doy el paso ahora no lo daré nunca. Y, además, mañana tengo una entrevista en una tienda de bisuterías de la calle Concepción. No me importa perder mis derechos; si me contratan, me voy. Claro que me da pena dejarlos. Son ellos los que me han retenido tanto tiempo. Si fuera por lo que gano, ya lo habría dejado hace mucho tiempo. Este lugar es como mi pueblo, como mi país, como el mundo. Hay una jerarquía: los que mandan y los demás. Y este antro no está tan mal. Ve a otros y te enterarás, ya lo sé. Si, me da pena dejar el trabajo, pero necesito ganar más. Pues sí, a lo mejor cambiar de aires unos días, me sentaría bien. Por supuesto. Si, airearme un poco. Mi vida está hecha una mierda. No vivo más que para trabajar. No tengo tiempo para otra cosa. Unas horas muertas a la semana para darle vueltas al asunto, para acabar sobando la historia personal de esta gente que duerme, se levanta, caga, mea y come; que se mueven como el musgo, arrastrándose para no hacer ruido, para no molestar, para no enturbiar sus pensamientos y para no llamar la atención de la muerte. Y no puedes hacer nada, Lola, eso es lo peor. Los limpias, los peinas, y les mientes jugando al parchís por las tardes mientras los observas a hurtadillas fijándote bien en los pliegues de sus caras, en la rigidez de sus brazos y sus manos sin articulaciones, sus ojos encogidos y acuosos de tanto ver. Y te vas a casa con un gusto amargo en la boca, unas veces, y otras enfurecida con el sistema. Tengo que esforzarme más, pienso. Paso demasiado tiempo con esta gente en este corredor de la muerte. Pienso en sacarlos a pasear, en leerles cosas interesantes y, entonces, ¡ioioio!, salta la alarma. El sistema no permite fisuras. El sistema dice que ellos ya con la edad que tienen no se enteran de nada y, además, ¿para qué va a servirles eso a estas alturas? Y yo voy y vengo del trabajo a casa y de casa al trabajo casi sin ver la calle, me voy inmunizando contra el dolor y el mecanismo sigue parado, quieto sin que nadie lo empuje. Supongo que cuando vas a morir ya nada importa, sin embargo, yo también me voy a morir, como tú y como Jofefa y a mí sí me importa todo. ¡Qué quieres que te diga! Vivir es como tejer. No se teje sin más, se teje un jersey, una bufanda o unas calcetas. No te pones a tejer sin límite; en algún momento tienes que acabar la faena. En la vida hay que concluir, si no con algo heroico, al menos con alguna tarea bien acabada. Tengo la impresión de que si me muriera ahora, dejaría el mundo torcido, cojo y estaría muerta media hacer. Vamos que moriría media yo. No, la vida hay que acabarla como dios manda. Con una carta dirigida a alguien que te importa, con un beso a quien amas, con una sonrisa en una partida de damas ganada con solvencia. Tienes que irte de este mundo con una última buena sensación, que luego morirá contigo, para irte completa. Y luego la culpa. Esa cosa que te agarra por donde dijimos y te hace bailar al antojo del que más tranquilo duerme. Tú ya sabes quién es. Lo tengo decidido Lola ¡Me voy antes de consumirme! ¿Cómo que no puedo irme? Uhm…, dale. Vale, pues me lo cuentas esta tarde. Te espero después de comer. Me dan miedo tus ideas. Te dejo que me están llamando. Se acerca la merienda. Venga, guapa. Un beso chula. Te quiero. No mujer, hoy no. ¿Dónde voy a irme yo así, de pronto? Pero que me voy, es un hecho. Dos ingresos nuevos mañana y no sabemos en qué condiciones vendrán. Vamos que el único respiro que tengo me lo acaban de joder. Luego hablamos. Chao, chao. ¿Dónde voy a ir yo? Vaya preguntita. Podría irme donde yo quisiera, digo. Pues mira, creo que no estaría mal irse a algún sitio de playa. Esta idea no es nueva. Hace tiempo que ando dándole vueltas. Me gusta Zihuatanejo. Zihuatanejo, suena como si estuviera en otro mundo, más bien, en otro planeta, otra galaxia. Zi-hua-ta-ne-jo. Así, silabeando, parece más lejos aún. Allí sobre aquella arena blanca de paraíso podría tumbarme y ser otra mujer nada que ver con la que soy, tan triste, tan sórdida como mi gato y mi piso. La cara se me mudaría completamente, se me pondría radiante, más viva, más alegre. Los ojos me brillarían y podría mirar a los ojos de alguien, no tendría que apartar la mirada. Mi boca expresaría mi bienestar con una amplia sonrisa, la que siempre me hubiera gustado tener, que provocara en la gente deseos de hablar conmigo, y no tener que estar callada tanto tiempo. Me quedaría más delgada, por supuesto, porque habría perdido el ansia de comer dulces en todas sus variedades y pediría en el restaurante ensalada mixta y cosas ligeras que olieran a buena cocina, a manos cariñosas haciéndote la cena y no tener que comer cualquier cosa con prisa. No, no me sentiría sola porque en Zihuatanejo hay gente que va a los restaurantes y que come cangrejos y también otros manjares que no hay por aquí. El tiempo es hermoso allí con un sol brillante sobre el azul del mar. La arena es tan fina como perlas ínfimas que te acarician la piel. Me tiraré en la arena y rodaré para cubrirme entera y luego me hundiré en el agua cristalina para refrescarme deslizándome como una sirena. El roce fresco del agua haciéndome sentir más viva... Al salir del agua caminaré por la orilla y me fijaré en los hombres que pasen cerca, tal vez alguno quiera conocerme porque seré más guapa, irradiaré con la luz del mediodía y por las noches tendré una chispa en la mirada que no se podrá esquivar. En Zihuatanejo seré feliz y no tendré que entrar y salir de un piso húmedo porque mi casa mirará al mar y a las estrellas. Qué calidez, qué sencillo todo. Me pondré un vestido de mangas cortas con florecitas blancas pequeñas sobre fondo verde cayendo hacia las rodillas en capa. Sandalias blancas de piel suave y una pamela ligera que mueva el viento. Recorreré el mercadillo de antigüedades para ver alfombras, souvenires marinos como las estrellas, los corales,  snail shells, anillos de plata de Taxco y objetos laqueados de Olinalá y cerámicas y pinturas sobre corteza de papel de los Valles de Oaxaca. Me parece escuchar Fígaro mientras toco aquí y allá los objetos sintiendo su forma, su textura y los colores, atrayendo recuerdos que no son míos pero que me vienen con su fisonomía y su olor. La tarde es calurosa y húmeda. Tomaré una cerveza sentada en la terraza de un bar sin pensar en nada, sintiéndome dueña de mi tiempo y de mi soledad y de todo lo que alcanza mi vista.
La cabaña del pescador, hecha de bajareque, es preciosa. Él, cuando no pesca, está sentado en la puerta y vende sus pulpos curados al sol y el salitre de la brisa; es buen hablador. Me gusta escuchar sus historias, esas historias de las que no sé muy bien si son de verdad o se han formado en su cabeza con los años y con el calor y la plenitud de su interior. Cuántos personajes han visitado su vida. Yo le escucharía cada tarde encantada. Nunca me han contado cuentos ni historias fantásticas. Ya oscurecido paseo hasta el malecón entre los árboles, hasta el muelle de pesca. Me siento ligera. Podría morir aquí mismo con la certeza de haber vivido. La noche está hecha con un haz de luna blanca. Continuará.