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Al cambiar los muebles de
sitio ella cambiaba de mundo. Se sentía renovada después de esos
paseos de un mueble a otro, del desván al dormitorio y del
dormitorio al cuarto oscuro. Sin darse cuenta, había ido
clasificando las estancias por nombres extraños, que no se
correspondían con ellas ni con su contenido. El cuarto oscuro, era
una habitación, que fue de mi hermana muerta, con mucha claridad.
Tenía una gran ventana que daba al patio trasero, donde solo jugaba
yo. El desván era un arpende al fondo del patio que debería usarse
para tomar el sol en la hamaca, pero que se había vuelto tan salvaje
como el otro patio salvaje. Una jungla. Las plantas se habían
desbordado de sus tiestos inundando el suelo y las enredaderas
sobresalían de los techos buscando el cielo o alguien que las
quisiera. Mi madre cuando era feliz iba a cortarse el pelo. El pelo
de mi madre se asemejaba a ese desorden natural de las plantas del
patio de mi casa. En su cabeza anidaban jilgueros sobre nidos de
pasto que terminaron por poblar todos los rincones de su cerebro.
Cada seis meses cambiaba la ropa de lugar. Tardaba varios días en
hacerlo y era extraño ver ese tránsito de ropas por la casa.
Colchas, sábanas, vestidos, toallas. Un arsenal del pasado que
removía con cuidado tal vez por sentir que no todo estaba tan muerto
en el presente como parecía.
Así está mejor. Me queda
mucho espacio para nuevos folletos. El panel lo tengo en la pared,
frente al escritorio. Aquí me siento a gusto pasando mi monólogo al
papel. Lo hago cada día para que no se me acumule el trabajo. Esta
mesa mantiene mi espíritu de escritora de novelas románticas. Pesa
demasiado este deseo que tengo desde niña porque, aunque sé que
puedo hacerlo, la mirada de mi madre me hace sentir vergüenza. Ya la
he empezado. No lo sabe nadie. Es un secreto. La escribo en un
cuaderno que compré por internet. Aún no he pasado de diez
páginas. Tengo decidido darle un empujón estas vacaciones. El
verano pasado no las cogí. Hice una sustitución. Tenía cuatro
recibos de contribución acumulados. Me sentí más tranquila cuando
los pagué. Ya no dejaré que eso me pase más. El pago al contado.
Como no pude ir a Galicia, que es donde pensaba ir, me di un
capricho. Me compré esta grabadora que vi en Carrefour. Estoy
contenta, me hace mucha compañía. Antes de acostarme cada noche, me
siento aquí, enciendo la grabadora y me pongo a escribir. Mi madre
estará removiéndose en su tumba pensando: la madre que la parió.
Ahora que caigo, tengo que tirar sus cenizas. Me dijo que las
repartiera entre las macetas, pero las macetas se han secado la
mayoría. Hay una a la que le cuesta trabajo morirse y entre tanta
ramas secas ha subido una tímida vara verde que asciende sola
practicando el camuflaje, un telescopio. De todas formas, me da un
poco de asco verter cenizas. Vaya empeño el de mi madre. Fue lo más
ocurrente que me dijo, desde luego. A decir verdad, lo único que
dijo en el último medio año que vivió, ya con los pájaros en la
cabeza. Después de eso, solo hacía gorgoritos, relinchos y otros
sonidos de la madre naturaleza usurpadora del territorio de su
pragmático pensamiento. ¡Quién se lo iba a decir! Ya ves madre, de
poco valen las matemáticas, el raciocinio y la frialdad. La
desesperación lo destruye todo. Convierte en escombros tu vida
mezclando los números con las siglas; las calles con los ríos, el
dolor con la risa. Ya ves madre, el amor es un vacío al que te
lanzaste sin pensar. Supongo que tendré que tirar las cenizas.
Debería decir verter las cenizas o depositar las cenizas. Me estoy
embruteciendo. Si, las echaré sobre el arriate. Tal vez me deje
tranquila si lo hago. Las carreras hay que ejercerlas si no se olvida
todo lo que has aprendido y te quedas pelada como al principio.
Qué mala cara tengo. Voy a
cortarme el pelo. Son las doce, me da tiempo. No sé que corte me
quedará bien. Dame una revista Chari de pelo corto, semi corto o
medio corto. Es que algunas veces no sé, me invento los términos
cuando no tengo ni idea de cómo se llama algo. Es que no lo quiero
ni muy corto ni muy largo. Me ocurre con frecuencia que no encuentro
el nombre de las cosas, es, sobre todo, porque no salgo y pierdo
actualización de datos. La Chari me entiende, aunque me mire con
cara de puerta, sin expresión, como si lo que yo le digo no le
supiera a nada, como si no hubiera dicho nada en realidad. Me mira
como si mirara al vacío, me doy cuenta porque yo también la miro y
la veo hueca. Me dice, mientras ahueca el pelo negro retinto de una
clienta que no conozco, que me pega un corte medio, corto, con o sin
flequillo entre otros porque a una cara ovalada le pega casi todo.
¡Coño! Lo de medio ya lo he dicho yo, no estaba tan despistada. Y
con lo de cara ovalada, a mí no me engaña. Soy cara huevo, lo sé
porque se lo escuché a ella misma la última vez que me pelé. De
eso hace ya nueve meses. Esperó a que saliera por la puerta para
decírselo a su ayudante. "Le haga lo que le haga no se le borra
esa carahuevo que tiene". Joder que una no es de piedra.
Después, me miré en el espejo de entrada de mi casa y pegué un
respingo al verme. Me situé frente a mí con valor e hice
autocrítica. No encontré motivos para tanto alboroto. Soy una mujer
normal, algo redonda nada más. Es que soy piscis. Me di cuenta de
que era el vestido marrón y los zapatos blanco roto los que que me
afeaban. En ese momento dudé de mis gustos. Llevaba los colores de
los que han desistido de todo y ya no esperan nada de la vida. El
ropero me lo confirmó. Un montón de perchas de colores muertos:
Siena, pátina, terracota, chocolate, canela, beige. Un vestuario muy
acogedor si fuera unas cortinas. Marrón, sólido y espeso como un
tronco gordo plantado en ninguna parte. Canelo, castaño, café.
Mezcla de rojo y verde o de amarillo y violeta, (que contiene rojo)
dan marrón. En el marrón se hunden los colores. ¡Cómete el
marrón! Así cuando me ven llegar en la tienda, en la farmacia o en
el dentista me hablan dando por supuesto que soy una antipática
amargada o viuda frustrada.
Lo suyo es es un corte recto
dejándolo por encima de los hombros unos 13 centímetros. Puedo
moldearlos un poco para darte un poco de volumen. El pelo lacio ya se
sabe que es muy soso sin moldear. Deberíamos darle un tono cobrizo
que generalice tu color y así borramos la raya central canosa y ese
color deslucido..., me dice del tirón, como quien no quiere la cosa,
mientras yo observo su cabeza, que parece una alpaca de paja
esparcida en una parcela con un nido de cigüeñas en el centro, y
muevo la mía en un gesto afirmativo una y otra vez con los labios
fruncidos. Si, estupendo hazme todo eso, que me da vergüenza
preguntarte cuanto me va a costar la restauración. Dicen que es una
bicha que no tiene pelos en la lengua. Claro, los tiene todos en ese
cabezón que es la cima de su body, como llama ella a su cuerpo. Una
antorcha olímpica, eso es. CONTINUARÁ